Lidiando con chimpancés en el trabajo
Cómo entender el cerebro humano te ayudará a tener interacciones más valiosas y efectivas en el trabajo.
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Hace un par de años leí uno de los mejores libros que han pasado por mis manos. No solo me voló la cabeza, sino que cambió la forma en la que me entiendo a mí mismo y a las personas con las que interactúo todos los días.
El libro se llama The Chimp Paradox, de Steve Peters, y explica de una manera sencilla cómo funciona nuestro cerebro. Desde que lo terminé, veo el mundo con otros ojos. Entendí mejor mis reacciones, mis emociones y mis decisiones. Pero lo más interesante es que no pasó mucho tiempo antes de darme cuenta de algo clave: este conocimiento no solo me servía para mi vida personal, también era increíblemente útil en mi trabajo.
Porque al final del día, el trabajo no es solo sobre productos, estrategias y objetivos, es sobre personas.
Las personas con las que interactúo todos los días también tienen un cerebro que funciona bajo las mismas reglas. También tienen inseguridades, sesgos y mecanismos de defensa. También están lidiando con su propio caos interno, al igual que yo.
Nadie es especial en este sentido. Todos tenemos nuestras cosas y las estamos navegando. Y entender esto cambia por completo la manera en la que nos relacionamos con los demás. Explica por qué algunas conversaciones se sienten tensas, por qué ciertos conflictos parecen inevitables y por qué hay personas con las que fluir es fácil y con otras es un choque constante.
Por eso quiero hablarte de lo que aprendí y cómo me ha ayudado a tener mejores interacciones con las personas en el trabajo. No solo en reuniones y presentaciones, sino en cada pequeño momento: una conversación rápida en el pasillo, un mensaje por Teams o una discusión difícil con un stakeholder. Porque al final, tu capacidad para manejar estas interacciones es lo que define qué tan lejos puedes llegar.
La triste realidad
Interactuar con personas en el trabajo es inevitable. Te guste o no, tu día a día está lleno de interacciones con tu equipo, líderes, stakeholders y clientes. Incluso los emprendedores que trabajan solos dependen de la manera en la que se comunican con otros.
Y aquí está lo peor: todo se define en estas interacciones.
Si un producto se construye o no, cómo se construye, si los resultados fueron buenos o no… todo pasa por conversaciones, decisiones y acuerdos entre personas. Las interacciones no son un detalle secundario, son el núcleo de cómo se mueve absolutamente todo.
Pero a pesar de su importancia, muchos se enfocan más en aprender frameworks y metodologías que en desarrollar las habilidades para tener buenas interacciones.
No es raro. La mayoría nunca recibió entrenamiento real en esto. No nos enseñaron a leer a los demás, a modular nuestro mensaje o a manejar conversaciones difíciles. Desafortunadamente, somos nuestros peores entrenadores.
Nos sabemos de memoria nuestros productos, métricas, ideas y estrategias, pero fallamos en entender cómo esos mensajes impactan a los demás. No nos preocupa si estamos abrumando, estresando o incluso desconectando a alguien, porque creemos que estamos ahí para hablar de la verdad, y que los demás están ahí para escucharnos. Pero lo que realmente estamos haciendo es hablar de nuestra verdad.
Y hasta que no entendamos esto, seguiremos perdiendo oportunidades, no por falta de conocimiento o ideas, sino por simplemente no saber llegarle a las personas.
Un “defecto” evolutivo
Para poder interactuar efectivamente con las personas, es clave entender y saber manejar lo que podemos llamar un defecto evolutivo.
Nuestro cerebro se desarrolla en tres partes, nombradas por el Dr. Steve Peters como el chimpancé, el humano y la computadora:
El chimpancé
Es nuestro cerebro primitivo, también llamado cerebro reptiliano. Es el mismo que tenían nuestros ancestros menos evolucionados y, aunque hemos avanzado como especie, sigue tan presente como antes.
En el pasado, en un ambiente hostil, este cerebro tenía una función clara: detectar peligro y reaccionar en milisegundos. Si un tigre se acercaba para atacar, el cerebro reptiliano se activaba y hacía una de tres cosas: luchar, escapar o quedarse quieto.
Hoy en día no nos persiguen tigres. Pero nuestro cerebro sigue funcionando igual.
Ese miedo que sentimos cuando nos hacen una pregunta que no sabemos responder en una reunión, o cuando nos ponemos nerviosos antes de una presentación, es el mismo mecanismo de defensa que se activaba hace miles de años para huir de un depredador.
No es lógico, pero es real.
El humano
Es la parte evolucionada del cerebro. Es la que razona, usa la lógica y toma decisiones de manera consciente. Se encarga de resolver problemas, analizar situaciones y darnos respuestas razonables.
El Dr. Steve Peters dice que este cerebro somos nosotros. Es la voz en nuestra cabeza que piensa, reflexiona y se pregunta si está haciendo lo correcto.
El problema es que no siempre es este cerebro el que toma el control.
Si alguna vez reaccionaste de una forma que luego te hizo pensar "¿Pero por qué hice eso?", la respuesta es simple: no fuiste tú, fue tu chimpancé.
Muchas situaciones del mundo moderno deberíamos poder manejarlas con el humano. Pero aquí es donde entra la paradoja del chimpancé: en nuestro cerebro siempre hay una batalla interna para decidir quién toma el control.
La computadora
No me voy a detener mucho aquí, pero esta parte del cerebro almacena nuestros principios y creencias.
Es la que nos ayuda a dar significado a lo que vivimos. Muchas de las reglas con las que percibimos el mundo fueron grabadas en esta parte del cerebro cuando éramos niños, y por eso son casi imposibles de cambiar.
Otras las adquirimos de adultos, y esas sí podemos modificarlas con el tiempo.
Esta estructura del cerebro afecta cada interacción que tenemos. Y entenderla es la diferencia entre manejar una conversación con inteligencia o reaccionar impulsivamente sin darnos cuenta.
Pero, ¿por qué te estoy hablando de esto? Parece que me estoy saliendo del tema, ¿no?
La razón es simple: todos interactuamos con los demás desde nuestro humano, pero el mensaje lo recibe primero el chimpancé de la otra persona.
Es decir, cuando hablas con alguien en el trabajo, ya sea en una reunión, en un chat o en una presentación, tú crees que estás comunicándote con su parte racional, pero en realidad tu mensaje primero pasa por su cerebro primitivo. Y ese chimpancé es rápido para clasificar lo que escucha en una de tres categorías:
Peligroso – Lo que dices activa una alarma, genera defensas y pone a la otra persona a la defensiva.
Aburrido – No representa una amenaza, pero tampoco parece importante, así que lo ignora.
Complicado – No lo entiende con facilidad y lo deja pasar.
Este es el problema: no estás en la misma página que tu receptor. Tú hablas desde la lógica, pero su chimpancé decide qué hacer con la información antes de que su parte racional siquiera tenga la oportunidad de analizarla.
Por eso es tan complejo interactuar con otros. Si no presentas bien tu mensaje, activas la reacción equivocada. Lo que dices puede ser rechazado, ignorado o malinterpretado antes de que la otra persona siquiera lo procese de verdad.
Y aquí está la clave: si quieres que tener una interacción productiva, necesitas presentarlo de manera que no desate las alarmas de quien te escucha.
Al chimpancé le gustan los bananos
Banano = Plátano, Guineo, Cambur o Maduro.
Los chimpancés son peligrosos. Todos lo sabemos. Pueden ser agresivos, impredecibles y, cuando se sienten amenazados, atacan sin pensarlo dos veces. Son cinco veces más fuertes que un humano promedio, tienen una mordida más poderosa que la de un pitbull y pueden arrancarle la cara a alguien con sus propias manos. Sí, en serio, ha pasado.
Pero el chimpancé dentro de un humano puede ser igual de peligroso.
Cuando te enfrentas a él, es difícil que ganes. No sabe perder, tiene un ego inmenso y, lo peor de todo, tiene sed de poder.
Estoy seguro de que te has encontrado en discusiones donde, a pesar de que la otra persona está claramente equivocada, lucha hasta el final como si su vida dependiera de ello. No importa cuántos datos tengas o qué tan lógica sea tu argumentación. Si estás discutiendo con su chimpancé, perdiste antes de empezar.
Por eso, quieres evitar sacar al chimpancé de su jaula.
Y, ¿qué mejor manera de lograrlo que dándole un banano?
Sí, estoy hablando en sentido figurado. (No vayas a lanzarle un banano a tu jefe.)
El punto es este: cuando inicias cualquier interacción, sea la que sea, el primer filtro que recibe tu mensaje es el chimpancé de la otra persona. Y si lo percibe como una amenaza, te enfrentarás a una barrera difícil de romper.
Es en ese momento donde necesitas sacar tu banano y usarlo (no malpiensen). Algo que haga que el chimpancé se sienta tranquilo y le deje el control al humano.
Por ejemplo:
Si vas a dar feedback a alguien, no empieces directo con lo que hizo mal. Como decía Dale Carnegie en How to Win Friends and Influence People, menciona primero algo bueno que hizo recientemente. Esto hace que baje sus defensas y reciba mejor el mensaje.
Si vas a presentar una nueva iniciativa, no arranques con los detalles técnicos, los riesgos o con el MVP aburrido que vas a lanzar. Empieza con la visión emocionante. Muestra un prototipo, explica por qué es innovador y cómo va a cambiar el mundo.
Si vas a reunirte con tu equipo, usa un rompehielos al principio. A mí me funciona hablar de libros, películas o series antes de entrar en temas de trabajo. Hace que el ambiente sea más relajado y las conversaciones sean más productivas.
Si vas a hablar con tu líder sobre una situación compleja, no arranques diciéndole cuál es el problema y esperando a ver qué te dice. Demuestra que entiendes lo que está pasando, que tienes claras las opciones y que traes una recomendación. No hagas que tu jefe sienta que le estás tirando el problema porque no tienes control, haz que vea que lo tienes bajo control y que solo necesitas su respaldo o perspectiva.
Todo esto suena básico, pero funciona.
Si logras que el chimpancé de la otra persona te vea y diga "Acá no me necesitan, humano, toma las riendas", has ganado.
Ahora estás hablando con el humano del otro. Y cuando logras eso, las interacciones se vuelven mucho más valiosas.
Mañana vas a tener una conversación importante. Tal vez sea una reunión con tu equipo, un 1:1 con tu jefe o una discusión difícil con un stakeholder. Y en ese momento, sin darte cuenta, te vas a topar con un chimpancé.
Si no prestas atención, vas a activar sus alarmas. Tu idea va a ser ignorada, rechazada o malinterpretada. No porque sea mala, sino porque no supiste presentarla de una manera que el otro pudiera recibirla.
Y ahí está el verdadero problema: puedes ser brillante, pero si no sabes interactuar con los demás, estás jugando con una desventaja enorme.
No se trata de ser más carismático. No se trata de ser más persuasivo. Se trata de entender cómo funciona la mente humana y trabajar con ella, no contra ella.
Si quieres que tus ideas sean escuchadas, si quieres tener impacto, si quieres ejecutar sin fricción, tienes que aprender cómo hablarle al humano del otro.
Así que la próxima vez que estés en una interacción clave, haz algo diferente.
Mira cómo reacciona la otra persona. Ajusta tu mensaje. Usa un banano si hace falta. Y observa la diferencia.
Nota: No soy médico ni neurocientífico, y es posible que haya cometido algún error en la terminología o en las definiciones. Esta no es una explicación científica, sino mi interpretación del libro y de cómo lo he aplicado en mi vida. Si algo no es 100% preciso, me disculpo de antemano, pero espero que la idea central te haya sido útil.
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Que tengas un buen día 🙏
Rómulo
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Excelente Rómulo!! Este artículo viene para en mí un momento muy oportuno, porque llevo tiempo con cuestionamientos de este tipo y estaba buscando un libro que me pueda ayudar a entenderlo mejor, pero sin entrar en la complejidad propia de la neurología.
Cómo crees que este libro se relaciona con el libro “Piensa rápido, piensa despacio”?
Que interesante! No conocía este libro, pero muchas veces pienso que hay personas que sienten una amenaza cuando en realidad no tiene sentido. Lo añado a mi lista!